Bily López
Fucking and getting pregnant with the past (and the present, the future and every single little thig that is around)

Observé qué claro queda el hecho paradójico
de que vaya al norte por el sur...

Che Guevara

En mayo de 1952, Ernesto Guevara escribía a Tita Infante una carta en la que describía algunas de sus vivencias en su viaje por el sur (rumbo al norte). Guevara resaltaba en esta carta lo paradójico que resultaba que su destino fuera el norte (Bogotá) y que haya decidido bordear por el sur (de Córdoba a Miramar, algunas partes más del sur argentino, y luego a Chile, Perú y Bolivia) para llegar hasta ahí. Esta pequeña línea que referimos (nuestro epígrafe), escrita entre paréntesis en el original, funciona como funesto oráculo del destino de la imagen de una persona que huía de aquello que no le gustaba, que era capaz de "parar" sus calzoncillos de tan mugrosos que estaban, y que acabaría siendo director del Banco Nacional de Cuba, y firmando los billetes de una nación con su seudónimo: Che. La línea es oracular y funesta porque, aunque geográficamente se dirigiera al norte, el destino de Guevara fue siempre el sur --ese espacio a-topos u-topos, y omni-topos de marginalidad, fuga y resistencia desde el cual se configura la subjetividad que hace frente a los discursos hegemónicos y totalitarios de la cultura dominante--, sin embargo, su imagen ha terminado al norte, muy al norte --ese norte rector y guía de la cultura predominante--, más de lo que jamás hubiera imaginado cuando escribía esa línea entre paréntesis a Tita Infante. Guevara ha terminado en playeras, gorras, afiches, pines, banderas, y casi cualquier artículo que se pueda poner a la venta, terminó en cada esquina, auspiciando cada movimiento que crea que lo puede invocar, en cada centro comercial, en cada Bodeguita del Medio de cada puerto turístico, en cada estudiante perdido que cree encontrar en su imagen la promesa redentora de un   idealismo que puede tener algún tipo de vigencia. La imagen de Guevara, para decirlo pronto, ha terminado al servicio de cierto tipo de cultura de la que él huía, que combatía y, ciertamente, despreciaba.

Este caso --poner a un personaje de la historia en un lugar en el que ni por asomo se habría puesto él mismo-- no es nuevo ni único. La historia está plagada de ejemplos en los que personajes, movimientos y hechos son leídos desde los intereses específicos de un régimen que para legitimarse echa mano de todo lo que está a su alcance, y los discursos históricos, por supuesto, son uno de los hitos preferidos en este sentido. El poder legitimador de la historia es algo que ya ha sido puesto en cuestión desde hace varias décadas, sin embargo, al parecer esta puesta en cuestión no ha terminado de calar lo suficientemente hondo en la constitución nerviosa de los seres humanos que seguimos intentando encontrar en la historia resquicios reveladores de una verdad anhelada. Y es que quizá el problema, para la vida, no sea el poder legitimador de la historia, sino la relación que se teje entre historia y verdad, de la mano de cierta voluntad de poder que las engarza para dar a luz una versión específica de aquello que se cree que ha ocurrido para enmarcarlo dentro de un cierto telos específico que valida un determinado estado de cosas. Bajo esta concepción de la historia, sus personajes se convierten fácilmente en héroes, villanos, estatuas, calles, conmemoraciones, personajes al servicio del proselitismo político y académico, calcomanías para autos y hasta en impresiones en la ropa interior.

El caso Guevara es particularmente ejemplar porque su figura de resistencia se ha mantenido como tal, pero con la salvedad de que ahora su labor está al servicio del cash. La subsunción implacable del sistema capitalista ha encontrado la manera de mantener la figura del guerrillero en su espacio de resistencia y ponerla a la venta, mostrando con ello que hasta para decir "soy rebelde" o "quiero parecerlo", es necesario desembolsar algunos pesos. El capital no le quita lo rebelde a Guevara, ni cuenta con una versión académica de lo que con él haya ocurrido, sino que se conforma con su imagen y los ideales de los que es portadora, y los aprovecha para conseguir sus propios fines: vender, generar ganancia, plusvalía. Pese a ello, lo anterior no significa que el sistema capitalista mire con desdén la historia, no, todo lo contrario, está asumiendo una versión de ella y la está poniendo a la venta. Es como si el Capital, desde su omnipotencia, nos permitiera mantener un cierto imaginario de rebeldía auspiciado por Él mismo: cree lo que quieras, razona a placer, pero paga. La imagen del Che en una gorra, en una pulsera, o en una taza, es un crisol paradigmático para poder entrever las perversas relaciones que, en la vida, tejemos entre nuestros imaginarios histórico-culturales y los poderes estético-políticos que atraviesan la conformación de las subjetividades, pues uno de los principales problemas en la construcción de las subjetividades es que los relatos históricos que las atraviesan adquieren un tamiz específico que las preña de sentido a la luz de las distintas fuerzas estéticas y políticas que conforman sus horizontes interpretativos: la imagen de Guevara como parte de un pasado se ha transformado en una instancia de construcción identitaria a través de distintas mercancías y todo el aparato cultural (con todo y su historicismo).

La irónica frase Don't Fuck with the Past, You Might Get Pregnant , con la que Silvia Gruner titula una obra de 1995, puede servirnos aquí para abordar cómo los imaginarios histórico-culturales y los poderes estético-políticos que nos atraviesan en la vida fornican alegremente por encima de lo que solemos considerar como nuestros pequeños espacios de resistencia ante la constitución de una cultura hegemónica. La frase, evidentemente, es una burla, que violentándola un poco parece sugerirnos, más bien, que hagamos exactamente lo contrario: fuck with the past, en la doble acepción que la frase tiene en el idioma en el que fue escrita: follar con el pasado y al carajo con el pasado (que de cualquier manera nos preña). El poder legitimador de la historia, decíamos atrás, no parece ser un problema en sí mismo, sino que se convierte en tal tan sólo a la luz de los intereses que salvaguarda a través de su discursividad. Mirar al pasado es mirar al abismo infinito de representaciones imaginarias que se pretenden verdaderas: fuck with the past, al carajo con él y sus pretensiones de verdad, lo que en verdad ocurrió, ¿a quién le importa?, ¿quién se atreve a sostener una única verdad unilateral y autofundada? Sin embargo, mirar al pasado es también mirar en nosotros mismos, conocernos, explorar nuestros vacíos, nuestras violencias, quiebres y desvaríos --que, por más imaginarios que sean, no dejan de ejercer sus efectos en nosotros--, más allá de nuestros propios discursos legitimadores que nos afirman ante nosotros mismos como algo determinado: fuck with the past, hay que coger con él, gritar, gemir, sollozar, temblar de placer, hacerlo nuestro y que no nos coja por sorpresa.  

Más allá del problema de la verdad en el pasado, sin embargo, está un más acá, está ese espacio de desenvolvimiento en el que el pasado nos preña y se hace efectivo, ese espacio que llamamos vida y que se nos da en afecciones sensoriales (estéticas) que cobran sentido, significado y valor desde nuestros horizontes conceptuales y afectivos, ese espacio en el que vemos, olemos, queremos, sentimos, deseamos, escuchamos, pensamos, odiamos y actuamos; en ese espacio vital , los objetos nunca son sólo objetos "inocentes", sino afecciones preñadas de sentido capaces de convertirse en coordenadas rectoras de nuestra existencia --en norte-- ¿Qué nos dice una pintura enmarcada, un cuadro, en la pared más alta de nuestra casa?, ¿es un objeto bonito, un adorno?, ¿es un objeto que nos recuerda la búsqueda de nuevas formas de expresión estética? ¿Qué nos provoca una escultura de una mujer desnuda colocada en el camellón de una avenida?, ¿nos causa placer, pudor?, ¿nos hace reflexionar acerca de la naturaleza de lo femenino? ¿Qué nos dice una bandera de México en un estadio de fútbol?, ¿alimenta la pasión por nuestra selección nacional?, ¿exalta nuestros sentimientos patrióticos más elevados?, ¿nos insta a querer aniquilar a la selección contraria? ¿Qué nos dice una calcomanía de un monito dientón que dice "sonríe, vamos a ganar" pegada en la parte trasera de un automóvil?, ¿nos provoca risa, miedo, compasión?, ¿nos recuerda que la política institucional de partidos es un espectáculo de superficie? ¿Qué sentimos cuando escuchamos el himno nacional en una ceremonia cualquiera? ¿Qué nos dice un libro titulado Dios mío hazme viuda por favor ?, ¿qué sentimos cuando sabemos que lo escribió la secretaria de educación pública? ¿Qué nos dicen las imágenes de la guerra, del narco, del ejército, mientras tomamos nuestro cereal matutino? ¿Qué nos dice el infame discurso de unidad que sostiene un gobierno que de manera alarmante ha puesto a la sociedad en un polvorín?, ¿qué nos dicen sus spots televisivos que dividen a la sociedad en buenos y malos? ¿Qué nos dice el metro, el ambulante, la puta, el faquir, el borracho, la mujer obesa comiendo tacos al pastor, el ejecutivo, la secretaria, el mecánico mugroso, el hermano, el más amado de nuestros amores, la más santa de nuestras felicidades? ¿Qué nos dice la belleza? ¿Qué nos dice un museo, una galería, una exposición, unos improvisados siendo "invitados" a retirarse de la inauguración de un museo? ¿Qué nos dicen las elites académicas, sus discursos cerrados y desgastados, iniciáticos y soberbios?   ¿Qué nos dice una conmemoración, un homenaje, a cualquier prócer de nuestra historia? ¿Qué nos dice nuestra imagen en el espejo cuando nos vestimos con una playera estampada con el escudo de un equipo deportivo, con el rostro de Hobbes, un dibujo de Da Vinci, o la figura del Che? Lo que sea que nos digan estas y otras cosas, lo que sea que nos provoquen y promuevan o hagan sentir, estará enclavado en su propia historicidad inmanente, es decir, nos serán significativas de acuerdo con su y nuestro propio pasado.

Es necesario recordar y estar atentos a que todos nuestros actos están preñados de pasado, él recorre cada una de nuestras ilusiones, perversiones y diversiones, nuestros sentimientos y nuestros más profundos ideales: los configura, les da sentido. Las afecciones estéticas a las que estamos expuestos en eso que llamamos vida se organizan desde la historicidad misma del ser, y esa conformación influye decididamente en la postura que tomamos y las acciones que realizamos frente a dichas afecciones. Mas no por ello, es necesario decirlo, debemos comprarnos la idea de que el pasado está estatuido, de que es una realidad que está ahí para ser aprendida: en el pasado no hay verdad, hay construcción de sentido, poiesis vital. El pasado, como el presente, es una construcción poética, artística, y es precisamente bajo el influjo de esa construcción que somos capaces de sentir, pensar y hacer todo eso que sentimos, pensamos y hacemos de maneras determinadas. Los pequeños y grandes espacios de nuestra existencia están preñados por la luz de nuestro pasado. Acaecemos en el mundo de manera estética, originariamente estética (más allá del problema de la belleza), y este acaecer tiene siempre incidencias políticas sustentadas en nuestros horizontes interpretativos enclavados en la historicidad. Al hablar habla el pasado, al crear crea el pasado, al coger coge el pasado. Por ello, deliberadamente: fuck with the past . Porque es necesario. Porque nos grita y es preciso prestarle oído para poder reconstruirlo y rebasarlo. Pero no sólo con el pasado, sino con el presente, con el futuro, y con todo lo que tengamos a la mano (una fruta, una instalación, un libro, una acera llena de gente, un político, un teletubbie, el metro a las seis de la tarde, lo que sea --a vuestro antojo, diría Baudelaire--): fuck ourselves: quizá haciéndolo aprendamos a sentirnos, a querernos, a desearnos, a despreciarnos y querer ser otros: a romper con nuestros nortes y nuestros sures. Nuestra incidencia en el mundo, jamás hay que olvidarlo, tiene siempre una procedencia, lugares que la sustentan y la hacen posible. Hay que aprender a rastrear esas procedencias, hay que aprender a sospechar de ellas pues, de lo contrario, puede ser que, por querer ir al sur, terminemos, malcogidos, más al norte de lo que nos gustaría (si es que presumimos ir al sur).
 
EL AUTOR
Estudió filosofía y practica la escritura, siempre, desde su más profundo pathos.

bily.lopez@hotmail.com